La guerra del Peloponeso II: primer enfrentamiento y Paz de los 30 años

Primera Guerra del Peloponeso (460 – 445 a. C.)

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Con el paso de la estratégica ciudad de Megara al bando Ateniense, la Liga Délica consigue una base naval segura desde la que operar marítimamente en el Golfo de Corinto, para lo que antes debían circunnavegar toda la Península del Peloponeso, exponiéndose a ataques de los aliados de los espartanos, y a su vez, establecer una nueva red comercial en esta zona, siendo el establecimiento principal Pegas. De igual forma, los áticos se hacían con el control de Nisea, puerto desde el que se podían dirigir ataques directos contra el Pireo, además de los importantes pasos montañosos de la Megáride cerrando así las vías terrestres hacia la Península Ática. Por si fuera poco, los Atenienses permitieron establecerse en estas tierras a los ilotas que habían aceptado las condiciones espartanas de poder vivir si se exiliaban de por vida.

No obstante, a pesar de la clara superioridad délica en los primeros momentos del conflicto, tanto económica como en recursos, lo cierto es que sus fuerzas estaban centradas en estos momentos en Egipto, donde habían subscrito un acuerdo de ayuda militar y logística a un líder libio que combatía a los persas, teniendo desplegado allí un gran contingente de barcos y hoplitas. Este hecho limitaba claramente el desarrollo de operaciones militares contra los peloponesios.

Los primeros enfrentamientos tuvieron lugar en la Península del Peloponeso, donde las falanges de hoplitas áticos fueron derrotadas en Halia, aunque la polis ateniense se repuso de este golpe rápidamente y adoptó un perfil mucho más agresivo que le hizo obtener varias victorias marítimas, haciendo patente su indiscutible hegemonía naval. Cabe destacar que en este conflicto, quien llevará la iniciativa y el peso de buena parte de las operaciones por parte del bando peloponesio será la polis de Corinto, ya que Esparta mantendrá una política de bajo perfil e intervendrá en situaciones contadas en un principio hasta la batalla de Tanagra (457 a. C.). En Tanagra, el ejército espartano derrotó a los atenienses por tierra, aunque éstos no tardarían en volver a Beocia una vez el contingente peloponesio lo abandonase logrando conquistar gran parte de este territorio. Sin embargo, no será en Grecia donde Atenas sufrirá una gran derrota militar, sino en Egipto, donde las huestes persas enviadas por el rey Artajerjes I sofocarán la rebelión y masacrarán al contingente délico. Este hecho puso en grave peligro la talasocracia ateniense, ya que se perdieron gran cantidad de naves y hombres, obligando a Atenas a adoptar una posición defensiva en su conflicto contra la Liga del Peloponeso, subscribiendo una tregua de 5 años en el 451 a. C. con éstos y negociada por un recién llegado del ostracismo: Cimón.

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Lucha hoplítica recogida en una vasija

No obstante, lo cierto es que dicha tregua nunca se llegó a cumplir, ya que poco después, áticos y lacedemonios se enfrentarán en la II Guerra Sagrada (449 – 448 a. C.) siendo esta vez la victoria para Atenas. De igual forma, continuarán los enfrentamientos en el interior, donde Atenas perderá también sus principales aliadas, entre las que se incluye de nuevo Megara, que volverá a la Liga del Peloponeso dejando vía libre de nuevo a los ejércitos espartanos para la invasión del Ática, que no dudaron en llevar a cabo en el año 447 a.C. y que únicamente Pericles logrará evitar la caída de Atenas sobornando al rey espartano Plistoanacte. Este hecho hizo latente en el bando ateniense el peligro que suponía el control de los pasos megarenses por parte de la Liga del Peloponeso, por lo que en el año 446 a. C. Pericles ofreció a los lacedemonios una pacto con términos razonables que se conocerá como la Paz de los 30 años.

La paz de los 30 años

Este tratado de paz se firmará en el invierno del año 446 – 445 a. C. Los atenienses se comprometían a devolver todos los territorios ocupados durante el conflicto a sus anteriores dueños y, por su parte, los espartanos reconocían el Imperio Ateniense. No obstante, el punto más importante de dicho tratado y que a la larga acarreará mayores problemas, será el hecho de que ambas facciones acordaron no permitir la entrada en sus alianzas de polis que venían de otra.  Se terminaba de facto con la posibilidad de que una ciudad disconforme pudiese abandonar una facción para unirse a la otra, como hizo Megara en el año 460 a. C. En cambio, sí se podían unir ciudades que fuesen aún neutrales. De igual forma, también se acordó que de ahora en adelante ambas potencias someterían sus quejas futuras a un arbitraje vinculante, lo que para D. Kagan se tratará del primer intento histórico por mantener una paz duradera.

Lo cierto es que este acuerdo llegaba tras hacerse patente que ninguna potencia podía imponerse decisivamente a la otra, ya que la supremacía naval de Atenas era incapaz de preservar los territorios conseguidos en tierra y la supremacía militar espartana se mostraba inútil para defender sus costas de los continuos hostigamientos atenienses. De esta forma, se reconocía de facto la dualidad política que regía en la Grecia del siglo V a. C.

El incidente en Turios y la cuestión Samia

Sin embargo, a los pocos meses de rubricar dicho tratado, la paz volvía a estar en peligro debido a la colonia de Síbaris, en el Golfo de Tarento (Italia), que tras diversos conflictos intestinos querían fundar una nueva ciudad desde la que empezar de cero muy cercana a su actual colonia; se llamaría Turios. Tras apelar ante las instituciones de las principales polis griegas, solamente los atenienses le prestaron ayuda, de una forma muy novedosa. La idea de Pericles consistía en crear un asentamiento panhelenístico en la nueva colonia, para lo que envió emisarios a todas partes de los territorios helenos en busca de nuevos pobladores. Esto significaba que sería la primera colonia sin metrópolis de la historia. Sin embargo, al poco tiempo, la nueva colonia entró en conflicto con la vecina Tarento, única colonia espartana, y ante su inminente destrucción, sus emisarios volvieron a apelar a la intervención ateniense en su favor, a lo que Pericles respondió con una negativa, ya que Atenas no era su metrópolis y expuso que no podía ayudarle sin quebrantar lo acordado en la paz del año 445 a. C. De esta forma, la ciudad no tardó en sucumbir ante el potencial tarentino quedando destruida la idea de una ciudad formada por gentes de toda Grecia.

Por su parte, los peloponesios tuvieron la oportunidad de devolver el gesto de buena voluntad en el año 440 a. C., cuando uno de los miembros de la Liga de Delos, Samos, se sublevó contra Atenas y apeló a la ayuda persa de Asia Menor. La respuesta ateniense no se hizo esperar y, con Pericles a la cabeza de la flota de castigo, pusieron sitio a la polis rebelde. En estos momentos, la ciudad de Atenas se encontraba totalmente desprotegida ya que su flota estaba en Samos, siendo una ocasión perfecta para atacarla. De hecho, la Liga del Peloponeso se reunió para tratar la cuestión, sin embargo, por cuestiones que a día de hoy no se conocen con claridad, la Liga votó en contra de comenzar un conflicto contra Atenas.

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Mapa del Mar Egeo en el siglo V a.C

Ambos hechos ponen de manifiesto la buena voluntad de los dirigentes en ambas facciones por no romper el acuerdo firmado en el año 445 a.C., lo que denota un gran sentido de Estado por parte de sus gobernantes y todo hacía prever que se estaba construyendo una paz fuerte y duradera. Pero el devenir de la historia es incierto y pronto veremos cómo un episodio aislado puede provocar el vuelco de cualquier situación.

BIBLIOGRAFÍA

Ruzé, F. y Amouretti, M.C.: El mundo griego antiguo. 1987. Akal.

Kagan, D.: La guerra del Peloponeso. 2003. Edhasa.

Fox, R.L.: El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma. 2005. Crítica.

Penadés, A.: Historia National Geographic. Tomo 8: El declive de Atenas. 2013. RBA

 

 

 

 

 

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